Perder un diente nos obliga a acostumbrarnos a pequeñas incomodidades que, con el tiempo, se roban una parte de nuestra seguridad. Afecta cómo comemos, cómo hablamos y, sobre todo, cómo nos sentimos con nosotros mismos. Y quiero decirte algo importante: no tienes por qué acostumbrarte a vivir con esa incomodidad.